La sociedad narcisista

Imagínese un jefe con subordinados sometidos, “sí-señores” que esperan que les den ordenes y que permanentemente le dicen lo capaz y competente que es. Alaban sus ideas, esconden sus errores, destacan sus logros y lo hacen sentir superior. Probablemente el jefe, que no era narcisista, termine aprendiendo a serlo. Es decir, termine creando una imagen de sí mismo engrandecida y fuera de la realidad.

Según Elis el narcisismo puede ser aprendido. Por ello, como subordinados, tenemos la responsabilidad de “enseñarle” a nuestro jefe, a ser consciente de sus errores y, en general, los aspectos que debe mejorar.

Cuentan que un guerrero tiraba piedras al aire con mucha fuerza. Un compañero le preguntó: “¿Qué estás haciendo?”. El guerrero respondió: “Estoy acabando con los dragones”. El compañero le recalcó: “Pero si aquí no hay dragones”, a lo que el guerrero respondió: “¿Ves qué bien lo hago?”.

Si los subordinados le hacen creer al jefe lo bien que mata dragones podrán convencerlo de que es cierto. De esta forma le será difícil al jefe mejorar. La habilidad más importante del liderazgo es la autoconciencia, si nuestros subordinados nos crean una realidad virtual, podemos terminar convencidos de que existe.

Pero además de los subordinados, la sociedad nos puede manipular hacia el narcisismo. La esencia del narcisismo es la creación de una imagen de nosotros mismos irreal, inflada, superior a través de elementos exteriores para no mirar nuestro verdadero estado interior.  Veamos cómo contribuye la sociedad:

La publicidad:

Observe algunos comerciales de automóviles que buscan convencernos de que si compramos su marca, seremos mejores, inteligentes o tendremos clase. O los de ropa que nos envían un mensaje sutil, pero poderoso, de que necesitamos usar la moda para ser aceptados y queridos. Nos habitúan a inflarnos con la compra de productos externos. Adicionalmente, los protagonistas de estos spots comerciales son humanos “perfectos”; es decir, modelos con medidas y apariencia ideales que marcan la pauta de “cómo se debe ser”. Estas figuras ideales fijan el estándar de imagen al que debemos apuntar para sentirnos aceptados y populares.

Las películas y los héroes:

Es común en muchas series y películas ver a un héroe fuerte, valiente, inteligente y admirado, que salva a los débiles. Películas que enganchan nuestro ego y nos hacen creer que la felicidad viene al ser poderoso y prestigiado.

Nos fijan una imagen a alcanzar donde la admiración de los demás es determinante del éxito. 

Los deportes de competencia:

El fútbol despierta pasiones, entre otras cosas, porque siempre alguien gana y otro pierde. Nosotros queremos ser los que ganamos. Ganar refuerza nuestra imagen de éxito y superioridad. Nuevamente nos acostumbramos a que nuestra sensación de valía e imagen personal dependa de acontecimientos externos.

Los escándalos públicos:

¿Por qué sube el rating de los canales de televisión cuando destapan algún escándalo? Entre otros motivos, porque  nos encanta ver que los otros sean los “malos”. Cuando decimos “¡Qué barbaridad! ¡Qué poco éticos que son!”, estamos diciéndonos a nosotros mismos, subconscientemente,“Qué ético que soy”. Nuevamente este tipo de conductas nos habitúan a reforzar nuestra imagen de “competentes” a costa de elementos externos como pensar o hablar mal de los demás.

Los humanos estamos como peces en un lago y los pescadores en sus botes tirando cientos de anzuelos al agua. La carnada que usan es la comida para el ego mencionada en los casos anteriores. No podemos evitar que pesquen, pero sí podemos decidir no picar el anzuelo.

En lugar de elevar nuestra sensación de valía personal a través de la enorme cantidad de estímulos externos, busquemos hacerlo logrando una mayor conexión con nuestro mundo interior.